Angela Merkel: “Estoy preocupada, tenemos que cuidar la libertad”

3 hora atrás
Angela Merkel

Un día, se retiró. Esto no es común entre los líderes políticos. Ella lo fue todo. Fue Canciller de Alemania desde 2005 hasta 2021, reelegida en cuatro ocasiones, enfrentándose a crisis políticas, económicas y sanitarias. Se marchó por decisión propia, optando por no presentarse nuevamente. Nunca fue derrotada. El 8 de diciembre de 2021, entregó el poder a su sucesor y no volvió a hacer declaraciones, salvo en situaciones excepcionales. Se desvaneció.

Tres años más tarde, aquí está Angela Dorothea Merkel (nacida en Hamburgo, 70 años). Ingresa en la sala y saluda al equipo de El País Semanal, y es la misma de antes: la espontaneidad en las distancias cortas, el sentido del humor que puede sorprender —durante la sesión de fotos comentará que, para sonreír frente a la cámara, piensa en las “tapas” españolas— y, al mismo tiempo, una autoconfianza y una atención al detalle que son casi incisivas. Mientras sonríe, evalúa cada palabra y cada gesto.

Merkel ha regresado: ha publicado sus memorias, tituladas "Libertad", coescritas con su fiel colaboradora Beate Baumann (RBA, en español, con traducción de Christian Martí-Menzel y Rebeca Bouvier Ballester). En las 800 páginas del libro y en esta mañana nublada de noviembre en el icónico hotel Adlon de Berlín, rompe su silencio y se presenta como la misma de antes. Sin embargo, el mundo ha cambiado. Donald Trump ha sido elegido presidente de Estados Unidos por segunda vez. Alemania enfrenta una recesión. La coalición liderada por el canciller Olaf Scholz en el país acaba de desmoronarse: el sucesor de Merkel ha permanecido en el cargo poco más de tres años, y el final de su gobierno ha estado marcado por la inestabilidad, muy por debajo de los casi cuatro años que ella gobernó antes de retirarse de manera ordenada, sin escándalos ni alboroto.

¿A veces no le asalta la idea de regresar a la política para utilizar nuevamente su conocimiento y experiencia en beneficio de la gente? ¿No se encuentra en ocasiones pensando: “Yo lo haría de esta manera o de aquella”?

Fui canciller durante 16 años y no tengo ganas de volver a esa carga. Serví a Alemania durante un periodo prolongado y traté de desempeñar mi papel de la mejor manera posible. Llega un momento en que los que vienen después deben hacerse cargo de la responsabilidad. Por supuesto, a veces reflexiono sobre mis pensamientos y acciones en ciertas circunstancias. Precisamente por esto decidí escribir mis memorias. Sin embargo, no tengo intención de involucrarme nuevamente en la política actual. Mi etapa en la política activa ha finalizado.

Su periodo: solo es necesario mirar por la ventana del cuarto donde tiene lugar esta conversación para apreciar la relevancia que tuvo este periodo para ella, para Alemania, para Europa y para el mundo entero. La ventana da a la Puerta de Brandeburgo, un ícono de la división y la unificación de Berlín. Por esta zona atravesaba el muro durante la Guerra Fría, y desde el otro lado, en 1987, el 40º presidente de Estados Unidos, Ronald Reagan, le dijo a Mijaíl Gorbachov, el líder soviético: “Señor Gorbachov, derribe este muro”.

Dos años después de las palabras de Reagan, el muro se desplomó y todo se transformó. Esto también afectó a Angela Merkel, hija de un pastor protestante y una docente que, cuando la futura canciller venía al mundo, habían dejado Hamburgo, en el Oeste, para establecerse en la República Democrática Alemana (RDA). Es un claro ejemplo del sistema comunista alemán; física de profesión, vivió la primera mitad de su vida bajo una dictadura y la otra mitad en un país libre y democrático. Aquel 9 de noviembre de 1989, tenía 35 años.

Su trayectoria en la política —desde su crecimiento en la Unión Demócrata Cristiana (CDU), el principal partido de la derecha en Alemania que le corresponde, hasta sus años liderando el país— podría considerarse un capítulo en la historia. Comenzó en ese momento singular en el que parecía prevalecer la libertad y la democracia, conocido como “el fin de la Historia” según Fukuyama. Termina con la victoria de Trump, la invasión liderada por Vladímir Putin y el auge de corrientes populistas y de extrema derecha en las democracias occidentales.

Anota en el libro: “Si deseamos disfrutar de la libertad, es necesario proteger nuestra democracia, tanto en el ámbito interno como externo, de aquellos que la ponen en peligro”. En 1989 creíamos que la libertad había prevalecido. ¿Existen motivos en la actualidad para preocuparse por la libertad y la democracia?

Tengo 70 años en la actualidad y la cuestión de la libertad ha sido un hilo conductor en mi existencia. Durante los 35 años que viví en la República Democrática Alemana, anhelé esa libertad, aunque mis padres me ofrecieron un espacio familiar donde sí la disfrutaba. Al redactar este libro, he tenido la oportunidad de reflexionar sobre esa época en la que el Estado no permitía libertades. Hoy, tras la euforia de 1989 y 1990, percibo que han surgido nuevamente partidos y movimientos políticos que intentan limitarla. Por eso pienso que es fundamental defender el valor de la libertad; debemos recordar a cada generación que es algo precioso, que no se puede dar por hecho, que hay que conquistarlo una y otra vez. La libertad abarca el respeto por los demás, la tolerancia y la habilidad de alcanzar acuerdos. Todo esto debe ser ejercitado constantemente, en cada nueva generación.

¿Ha cambiado su perspectiva sobre la libertad tras haber pasado 35 años en un régimen dictatorial?

Estoy convencida de que tanto yo como todas las personas que hemos vivido en la RDA o en otras dictaduras —también hubo una en España hace muchos años— comprendemos el anhelo de libertad. En la RDA lo deseábamos con intensidad; deseábamos que nuestros talentos, habilidades y sueños no se vieran siempre limitados —tanto por el Estado como a nivel personal—, sino que pudiéramos desarrollarnos sin impedimentos. Eso, sin duda, lo tengo presente. Por eso, hoy estoy profundamente agradecida por la libertad y las oportunidades que esta implica. Sin embargo, la libertad también puede ser agotadora y demandante, ya que implica la necesidad constante de asumir la responsabilidad de nuestra propia vida y de la vida de los demás.

¿Acaso no le preocupa que la época que pareció comenzar en 1989 esté cerca de concluir?

Siempre he sostenido que el miedo no es un buen guía. Sin embargo, me siento inquieta y pienso que debemos proteger nuestra libertad. En la actualidad nos encontramos ante retos y obstáculos que no existían antes, como es el caso de las redes sociales, y también por la inclinación a ver las cosas de manera dicotómica, donde los matices y colores se desvanecen en pro de posiciones extremas.

En sus reuniones con Angela Merkel, Barack Obama o Emmanuel Macron, seguramente la observaban con admiración y curiosidad. Era como un ser de otro mundo. Una política singular a la que resulta complicado imaginarse mirándose en el espejo al comienzo de su trayectoria profesional y diciéndose, como muchos lo hacen: un día llegaré a lo más alto. Una figura política a la que el poder no la cegó —o al menos no lo demostró— ni la transformó. No perdió su humanidad y, si lo hizo, no se notó en absoluto. La vanidad y el egocentrismo no son parte de sus defectos; tampoco la fantasía ni la audacia figuran entre sus virtudes. En su forma de hablar y de razonar, así como en su estilo, no puede ni desea ocultar sus raíces. Es una mujer protestante proveniente del Este, una científica que ya había desarrollado gran parte de su carrera antes de ingresar en la política; y todo esto nunca dejó de ser parte de ella.

¿Y cómo percibiría Putin a ella, quien aprendió ruso en la escuela de la RDA y que él, a su vez, podía comunicarse en alemán por sus años como agente del KGB en Dresde? En sus memorias, Merkel confiesa que le tiene miedo a los perros desde que uno la mordió en 1990. También recuerda un momento en el que, durante una reunión, el presidente ruso intentó asustarla liberando a Koni, su labrador negro: "Por la expresión de Putin, llegué a interpretar que estaba disfrutando de la situación, así que me pregunté: ¿solo quiere observar cómo reacciona alguien en apuros? ¿Es esto una pequeña muestra de poder?".

¿Y qué hay de Trump? “Parece que al presidente ruso le resultaba muy interesante”, comenta. Y añade: “En los años posteriores, tuve la sensación de que [Donald Trump] se sentía atraído por líderes con características autocráticas y dictatoriales”.

Como canciller federal, usted tuvo numerosas interacciones con Trump durante su primer período presidencial. En su escrito menciona: “Él veía todo a través de la óptica de un inversor en bienes raíces… Todos los países competían, de manera que el éxito de uno implicaba el fracaso de otro”. ¿Qué recomendaciones daría a los políticos actuales sobre cómo lidiar con él de ahora en adelante?

No tengo recomendaciones, pero sí vivencias. Lo que he aprendido es que hay que esforzarse por ser auténtico. Yo siempre he tratado de ser fiel a mí misma. Compartía mis perspectivas y Donald Trump compartía las suyas, a menudo con el propósito de infundir un poco de temor respecto a sus ideas. En mi caso, compartía mi opinión con confianza y entusiasmo, porque estaba convencida de ella. No hay que angustiarse en una conversación pensando que nunca se podrá hacer valer su punto de vista. Cada persona cuenta con sus propios intereses, y es necesario encontrar un equilibrio entre ellos, aunque a veces resulte complicado.

Sin lugar a dudas, es un enfoque efectivo para cualquier persona con la que se converse, pero ¿no es la situación con Trump algo distinto?

El inconveniente radica en que él no se adhiere a la idea de ganar-ganar, es decir, en aquellas circunstancias donde todos obtienen beneficios, sino que clasifica a las personas en ganadores y perdedores. Cuando un político realiza concesiones o le ofrece algo a otro, y este a su vez responde con algo, ambos pueden beneficiarse, ya que la unión les otorga más poder que actuar individualmente. Este es también el principio esencial que sustenta la Unión Europea. En contraste, el lema Make America Great Again se enfoca exclusivamente en fortalecer su propio país, lo cual a menudo implica restar o privar de recursos a otras naciones.

En el libro, aborda el periodo de la RDA, un asunto del que ha comentado poco en los últimos 35 años.

El muro se derrumbó en 1989, exactamente en este lugar donde nos encontramos, y de inmediato me involucré en la política, lo que me dejó sin tiempo para reflexionar sobre lo que fue vivir en la RDA. La experiencia de escribir este libro me brindó, por primera vez, la oportunidad de hacer una reflexión verdaderamente profunda.

En uno de sus discursos más recientes, se refirió abiertamente a ese tema y expresó su tristeza porque su vivencia en la RDA se considerara una “carga”. Así lo percibía incluso en su propio partido. En otra ocasión, llegaron a calificarla de “alemana federal por educación [no por nacimiento]”. ¿Le afectó esto?

Sí, me causó dolor. Curiosamente, ninguno de estos comentarios se emitió en los años noventa, sino a inicios de esta década. Solo pude abordar el tema de esta manera al final de mi mandato. En todo momento, me consideré la canciller de todos los alemanes, tanto del este como del oeste. En lugar de decir "observén lo que significa ser la primera mujer y la primera alemana oriental en este puesto", intenté, tal como exige mi juramento, servir a toda la nación alemana y no subrayar las diferencias entre el Este y el Oeste. Al dejar el cargo, quería resaltar este aspecto con más énfasis que antes.

Usted menciona: "Hasta el último día en que asumí un papel en la política, lo cual fue durante más de 30 años, me acompañó la interrogante sobre cuándo y de qué manera se lograría de verdad la unificación alemana".

La unificación de Alemania aún no se ha llevado a cabo por completo. ¿Cuándo sucederá? Solía pensar que sería plena cuando las diferencias entre Mecklemburgo-Pomerania Occidental y Schleswig-Holstein, dos Estados federados vecinos en el norte de Alemania que antes estaban separados por la frontera interalemana, fueran menores que las que existen entre Mecklemburgo-Pomerania Occidental y Sajonia, que pertenecieron a la Alemania Oriental, uno al norte y el otro al sur. Sin embargo, hay diferencias estructurales evidentes entre los alemanes del Este y del Oeste, especialmente en su relación con los partidos políticos. Debido a la experiencia vivida durante la dictadura de la RDA, el escepticismo hacia la afiliación a partidos políticos es notablemente distinto en los nuevos Estados federales que en los antiguos. Asimismo, se produjo un importante éxodo de personas del Este hacia el Oeste. Muchos decidieron mudarse a los Estados federados antiguos tras la reunificación alemana porque no lograban encontrar empleo en los nuevos, lo que generó una falta de mano de obra en esos lugares. Estos desafíos seguirán presentes durante un tiempo. Tal vez todos, yo incluida, hemos subestimado la duración de un proceso así en un país que no disfrutó de libertad durante cuatro décadas.

Respecto a los partidos políticos, en las últimas elecciones regionales en el este de Alemania, las formaciones de extrema derecha y los populistas lograron más del 40% de los sufragios.

Este es un problema considerable. Estos partidos y una parte de su base electoral persiguen metas con las que no estoy de acuerdo. Lo que realmente importa para mí es la dignidad humana, la cual debe ser respetada por todos en Alemania. No se puede aceptar el odio hacia ciertos grupos, como los inmigrantes. No obstante, los partidos democráticos, desde luego, deben esforzarse por persuadir a los votantes de estas formaciones —quienes solamente expresan su descontento con ciertas situaciones— de que la negativa y la protesta como únicas respuestas no llevarán a ningún lado.

En la actualidad, los partidos de extrema derecha representan un gran desafío en numerosos países de Europa.

Por esa razón, debemos continuar luchando por la libertad una y otra vez. Actualmente, la AfD busca adueñarse de la frase "Nosotros somos el pueblo", originaria de la Revolución Pazífica en la RDA en 1989, con el fin de marginalizar a otros. Sin embargo, creo firmemente que nadie tiene el derecho de establecer quién es parte del pueblo y quién queda fuera. En realidad, toda persona que vive en un país y posee la ciudadanía es parte de ese pueblo.

¿Cómo deberían los otros partidos relacionarse con los partidos de extrema derecha?

Considero que es acertado afirmar que no se formarán alianzas y no habrá colaboración con ellos. No obstante, es fundamental analizar los problemas específicos que existen para abordarlos de manera adecuada. En numerosas naciones europeas, observamos que en las áreas rurales la frustración de la población es más intensa que en las ciudades. Frecuentemente, la infraestructura en el campo es deficiente, muchos lugares carecen de buenas vías de comunicación, y hay una escasez de escuelas y servicios médicos. Estas inquietudes de la gente deben ser tomadas en serio. Sin embargo, no puede existir cooperación con aquellos partidos que abogan por la exclusión de personas, que desean que ciertos individuos no formen parte de la sociedad, a pesar de haber convivido con nosotros durante mucho tiempo.

En varias administraciones regionales de España, el Partido Popular, de ideología conservadora, ha estado en el poder en coalición con el partido de extrema derecha Vox.

No me siento en posición de aconsejar a España, pero estoy convencido de que en Alemania no debería existir colaboración alguna entre los partidos democráticos y la AfD.

Existe un momento fundamental tanto en el libro como en su trayectoria: la noche del 4 al 5 de septiembre de 2015, cuando tomó la determinación de abrir la frontera de Alemania a los refugiados que se encontraban varados en Hungría. Al observar ahora cómo los políticos de Europa y América obtienen éxito con discursos en contra de la inmigración, e incluso un canciller socialdemócrata como Olaf Scholz promueve acciones restrictivas en este ámbito, ¿piensa que el mensaje de septiembre de 2015 ha sido olvidado?

Mi decisión de no rechazar a los refugiados que llegaban de Hungría en la frontera entre Austria y Alemania durante la noche del 4 al 5 de septiembre de 2015, fue una elección en favor de personas que se hallaban en territorio europeo. En Europa, discutimos continuamente sobre nuestros principios. Sin embargo, también menciono en mi libro que, como canciller, no solo enfrenté esa decisión en medio de una emergencia humanitaria en esas fechas, sino que también tuve que buscar soluciones que perduraran más allá de esos momentos críticos y que ayudaran a combatir la migración ilegal. En este sentido, quiero resaltar el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía. Muchas de las acciones que se están implementando hoy, como los convenios con Túnez o Libia, son una prolongación de la política que seguí en aquel entonces. Esta estrategia busca abordar las causas de la migración, evitando que quienes propagan el odio y el resentimiento hacia los extranjeros, como la AfD, sean quienes dicten la agenda. La cuestión radica en la migración ilegal, en que gente arriesgue su vida y pague sumas exorbitantes a contrabandistas y tratantes de personas, y en que las personas más vulnerables, como muchas mujeres, a menudo no tengan la capacidad de embarcarse en esas peligrosas travesías. Necesitamos abordar los problemas desde su raíz y, si las personas deciden dejar su país, al menos ofrecerles la posibilidad de vivir cerca de él. Es por eso que apoyé firmemente el acuerdo entre la UE y Turquía, que ha logrado disminuir la inmigración ilegal procedente de ese país. No obstante, esto implica respaldar a Turquía por recibir a un gran número de personas. He sido objeto de críticas por alcanzarle este acuerdo al presidente Erdogan, argumentando que no es un verdadero demócrata. Sin embargo, creo que en ocasiones es necesario colaborar con políticos que tienen una visión diferente si esa cooperación favorece nuestros propios valores e intereses.

Su exministro del Interior, Horst Seehofer, comentó recientemente que su enfoque en la migración de 2015 "contribuyó a que la AfD entrara en los parlamentos".

Es evidente que tenemos diferencias de opinión sobre las acciones que se deben implementar para abordar de manera efectiva la migración ilegal, asegurándonos al mismo tiempo de que estas acciones estén alineadas con nuestros principios humanitarios. Europa no podrá solucionar este desafío si se aísla, sino que debe enfocarse principalmente en colaborar con los países de origen de los migrantes.

Angela Merkel navegó —ya sea de manera acertada o no— a través de diversas crisis, pero no logró transformar ni a Alemania, ni a Europa, ni al mundo. Se dedicó más a gestionar que a prever. Logró frenar los impactos inmediatos, pero no fue capaz de prever los que estaban por venir. Uno de los libros que examina su legado, titulado "El engaño", describe los años posteriores a su salida como "un difícil despertar" tras un periodo de bienestar. Parece como si la canciller hubiera adormecido a los alemanes, quienes, a su vez, se habrían dejado llevar complacidos por esa anestesia. En 2021 se despidió del cargo rodeada de un halo de figura estadista: se la reconocía como la líder de Europa. Sin embargo, hoy enfrenta una especie de purgatorio en su país. Se le critica por no haber preparado a Alemania ante los conflictos, la recesión, el proteccionismo y un contexto geopolítico dominado por potencias agresivas. Incluso desde su propio partido, se le reprocha por haber alimentado a la extrema derecha con su política de acogida a inmigrantes.

Tres años después de que usted abandonara su puesto, su legado es objeto de creciente crítica en su país. Se enfatiza que, tras un período de bienestar como fue la era Merkel, se han visto afectados los fundamentos de ese bienestar: el suministro de gas asequible de Rusia a través del gasoducto Nord Stream, la protección militar proporcionada por Estados Unidos y las exportaciones hacia China. ¿Siente algún grado de responsabilidad por haber sostenido estas dependencias y no haber anticipado las crisis que enfrentamos hoy?

Después de 16 años como canciller federal, considero comprensible que surjan estas cuestiones. Durante mi mandato, me esforcé para evitar, en la medida de lo posible, un conflicto armado como el que inició el presidente ruso, Putin, contra Ucrania en 2022. Esa agresión ha dado pie a una nueva realidad a la que, por supuesto, debemos responder con estrategias renovadas. Ucrania merece un futuro en paz y libertad como nación soberana. Este propósito no se puede alcanzar únicamente a través de la fuerza; es esencial que la capacidad de disuasión vaya acompañada de esfuerzos diplomáticos que deben ser planificados con antelación y estar listos para ser utilizados en el momento oportuno. Si no hubiéramos adquirido gas ruso, Alemania habría enfrentado el problema del aumento de precios de la energía diez años antes. Además, hay que reconocer que en aquel momento las alternativas más costosas no eran bien recibidas en el país. También consideré apropiado intentar mantener un intercambio comercial con Rusia, en parte por motivos políticos, para mantener el contacto con esa nación. Cada época presenta sus propios retos. La presión que enfrenta el multilateralismo es evidente si analizamos la política de China. He tratado de abordar las grandes crisis —la financiera global, la del euro, la situación en Ucrania, la crisis de refugiados, el coronavirus…— de tal manera que Europa permanezca unida, y lo hemos conseguido. En este momento, nos encontramos ante nuevos y significativos desafíos que deberán ser enfrentados por otros. Esto incluye nuestra capacidad de defensa. Sin duda, debimos alcanzar más rápidamente el objetivo del 2% en gasto en defensa establecido por la OTAN. No solo Donald Trump, sino también Barack Obama, habían señalado que la contribución de Alemania en este ámbito era insuficiente. Nuestros gastos en defensa aumentaron hasta el final de mi mandato, aunque no tanto como a mí también me hubiera gustado. No logré convencer a mis socios de coalición de la necesidad de hacerlo y no obtuve las mayorías parlamentarias requeridas para ello. Por ende, es necesario conseguirlo ahora. En este sentido, lamento no haber logrado más, y debo aceptar que ahora la gente me critique por ello.

Usted menciona que ayudó a rescatar el euro después de la crisis financiera de 2008, sin embargo, las políticas que respaldó o incentivó resultaron ser muy severas para el sur de Europa, incluyendo a España. ¿Es consciente de que su reputación, que era muy positiva en el ámbito internacional, ha sufrido un impacto negativo en estas naciones, dado que muchas personas vinculan sus decisiones con años de penurias? En esos lugares, el nombre de Merkel se relaciona estrechamente con la austeridad.

Lo entiendo. Sin embargo, considero que las reformas eran imprescindibles. Vengo de la RDA y en los nuevos Estados federados experimentamos una tasa de desempleo muy elevada tras la reunificación alemana. Sé lo que esto significa para las personas. No hay duda de que las medidas de austeridad y las reformas supusieron un periodo sumamente complicado en España, Portugal y Grecia. Pero pienso que la situación solo mejoró gracias a esas reformas. Durante esa dura etapa se establecieron las bases para el progreso. En política, hay momentos en los que debes lidiar con una mala percepción. No obstante, puedes enfrentar esta situación si estás convencido de que estás actuando correctamente. Esto se aplica, por ejemplo, a la política de acogida de refugiados que implementé, así como a la política europea y a la gestión de la pandemia de coronavirus y otros grandes desafíos.

Existen dos aspectos biográficos o personales que, más allá de sus aciertos y fracasos en la política, caracterizan a Angela Merkel. El primero es su formación en la Alemania Oriental, lo que la llevó a sentirse siempre como un elemento ajeno, incluso dentro de su propio partido, la CDU, que tiene una fuerte inclinación hacia el oeste. El segundo aspecto es su condición de mujer, un factor que también la definió, ya que fue la primera y, hasta la fecha, la única mujer en asumir la jefatura del gobierno alemán. Esto la convirtió en un elemento distinto dentro de la CDU, un partido que, además de tener un enfoque occidental, era también muy conservador y dominado por hombres. Por esta razón, sufrió desestimaciones: la llamaban “la chica de Kohl”, en alusión al canciller que la impulsó y cuya caída, debido a la financiación irregular del partido, ella contribuyó de manera significativa años después.

Merkel ha vivido el desdén y sus seguidores podrían sostener que, al analizar detenidamente su legado, en realidad se sigue atacándola, a pesar de su lugar clave en la historia de Alemania y de Europa. Sin embargo, aquellos que la han menospreciado con frecuencia han terminado fracasando. Lo notable, volviendo a sus características personales —proceder de la antigua Alemania del Este y ser mujer—, es que, a lo largo de su ascenso al poder y de sus 16 años en él, optó por no hacer alarde de estos aspectos. Los ocultó.

Siempre ha esquivado identificarse como feminista. Sin embargo, ahora menciona en sus memorias que contestaría de una forma distinta, afirmando: “Sí, a mi manera, soy feminista”. ¿Qué implica esa forma?

Aspiro a que haya una participación equitativa y equilibrada de las mujeres en todos los sectores. Esto no implica simplemente establecer un porcentaje del 20% o del 30%, sino, en la medida de lo posible, alcanzar una representación igualitaria de hombres y mujeres en diversas profesiones, en distintos niveles de liderazgo y en la política. Además, los hombres también están experimentando cambios significativos en la sociedad, ya que han tenido un rol específico a lo largo de los siglos. Esto se refleja en el ámbito familiar, por ejemplo, en la educación de los hijos. Deseamos que padres y madres compartan las responsabilidades de manera equitativa. Es por ello que implementamos, por ejemplo, el subsidio de paternidad, que da la oportunidad a los hombres de disfrutar de unos meses de licencia por paternidad. Al principio, hubo quienes se burlaron de esta iniciativa, comentando sobre un “voluntariado para cambiar pañales”. Por lo tanto, apoyamos el feminismo, pero no uno que enfrente a hombres y mujeres, sino uno que fomente un cambio conjunto, permitiendo así una auténtica igualdad de género.

¿Por qué no expresa simplemente "soy feminista", sin añadir adjetivos?

El feminismo, tal como se había manifestado en Alemania y posiblemente en otras naciones europeas, estaba frecuentemente asociado con conceptos socialistas sobre la sociedad. Era un feminismo que a menudo ponía a hombres y mujeres en oposición. Sin embargo, ese no es ni ha sido mi enfoque del feminismo.

Fue la primera mujer en ocupar el cargo de canciller en Alemania y hasta el momento, sigue siendo la única en lograrlo.

Al postularme como candidata a canciller por primera vez en 2005, comprendí que ser mujer en el ámbito político no era una ventaja. Muchas personas, incluso varias mujeres, expresaban inquietudes y se cuestionaban si una mujer podría desempeñar adecuadamente el cargo y si tendría la fortaleza necesaria. La sociedad parecía fijarse únicamente en los ejemplos masculinos. Sin embargo, tras ser reelegida en dos, tres y cuatro ocasiones, los alemanes comenzaron a depositar su confianza en mí.

“Podemos conseguirlo” es sin lugar a dudas una de sus expresiones que quedarán en la memoria. La pronunció en medio de la crisis migratoria. ¿Qué desafío vigente podría necesitar hoy un "podemos conseguirlo"?

Pienso que el anhelo más profundo en la actualidad es poder continuar disfrutando de paz y libertad en una Europa unida. Ese es mi anhelo.

El tiempo se acaba. La canciller da por concluida la entrevista. Se pone de pie. Afuera, los turistas deambulan por la Puerta de Brandeburgo y, más allá, el área gubernamental experimenta una de sus jornadas más turbulentas desde su partida. Scholz y su coalición finalmente no resistieron. Ella se mantiene al margen, sí, y es muy reticente a hablar sobre la situación política de su nación. Cuida meticulosamente cada palabra, cada adjetivo, aunque no está completamente desconectada. Cuando se le plantea la actual crisis política alemana, solicita que se apague la grabadora (Unter 3, ella menciona, una expresión periodística alemana que indica que lo que va a decir es off the record, es decir, no se podrá citar). Y solo entonces se anima a pronunciar algunas palabras.

Asistente fotográfica Clàudia Sauret

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