Francisco I. Madero, su libro y la Revolución mexicana - Proyecto Puente

3 hora atrás
Francisco I Madero

I. No se puede permitir la ignorancia, indiferencia, olvido o desprecio por parte de las autoridades estatales en el ámbito educativo, cívico y cultural, así como de los medios de comunicación masiva, cuando se trata de rendir homenaje a esta significativa efeméride. Es especialmente criticable el desinterés de altos funcionarios que, como nobles, disfrutan de los beneficios burocráticos derivados de las luchas armadas que, con un considerable derramamiento de sangre, han ido forjando nuestra patria e identidad nacional, desde las luchas por la independencia y la reforma en el siglo XIX, hasta las de nuestra revolución interrumpida y la cristera en el siglo XX. Su estilo de vida aristocrático, propio de la época colonial, se desarrolla en un entorno que pretende ser moderno, donde se debaten no solo cuestiones políticas, sino también los grandes problemas económicos, sociales y culturales de Sonora. Sería un mal ejemplo para las nuevas generaciones de niños y jóvenes, tanto en las escuelas públicas como en las privadas. No debemos dar la impresión de que el país surgió con ellos.

II. DISCURSO. Al lograr México su independencia de España en 1821, abarcaba la totalidad de su territorio actual, a excepción del estado de Chiapas, además de lo que hoy corresponden a los estados de Texas, Nuevo México, Arizona, California y parte de Colorado, Nevada y otros lugares. Como resultado de la guerra con los Estados Unidos (1846-1848), perdió gran parte de este territorio mediante el Tratado de Guadalupe Hidalgo, y posteriormente vendió otra porción para completar Arizona y Nuevo México (la Compra Gadsden/La Mesilla) en 1853.

En un inicio, la cuestión más grave en la nueva frontera eran las incursiones de los indígenas, ante las cuales Estados Unidos había asegurado a México en el Tratado de Guadalupe Hidalgo que lo protegerían, pero no cumplieron con su promesa. Estas agresiones fueron además acompañadas por asaltos de conocidos filibusteros como William Walker, quien invadió Baja California y Sonora en 1853, y Henry A. Crabb, que llegó hasta Caborca en 1857.

A lo largo de la Revolución Mexicana, las ciudades en la frontera a menudo desempeñaron un papel crucial en el conflicto que se desarrollaba; se transformaron en refugios para todo tipo de personas: algunos eran revolucionarios, otros buscaban respaldo económico y armas, y otros más promovían la revolución de la manera que les era posible. Las comunidades de México y Estados Unidos estaban, en ocasiones, tan próximas que podían avistarse desde sus balcones.

III. Francisco Indalecio Madero nació en la hacienda El Rosario, ubicada en Coahuila. Su abuelo, Evaristo Madero, y su padre, Francisco Madero Hernández, habían logrado construir una fortuna familiar casi sin igual en México, gracias a sus inversiones en el cultivo de algodón, la cría de ganado y la producción industrial. Se esperaba que él continuara con esta herencia, por lo que realizó estudios de negocios en Mount St. Mary’s College, cerca de Baltimore, Maryland. Posteriormente, asistió a la Escuela de Altos Negocios en París entre 1887 y 1892, y al año siguiente, se dedicó a estudiar agricultura en la Universidad de California, Berkeley.

Al regresar a México, estableció una escuela de negocios y asumió la dirección de uno de los emprendimientos familiares, mientras también se daba la oportunidad de disfrutar de su estilo de vida personal, que incluía la medicina homeopática, el espiritismo y el vegetarianismo. Creía firmemente que las dificultades del campesinado mexicano eran consecuencia de la ausencia de democracia.

Cuando el presidente Porfirio Díaz manifestó que aceptaría elecciones libres en 1910, Francisco I. Madero publicó el texto “La sucesión presidencial en 1910” y estableció el Centro Antirreeleccionista de México en mayo de 1909. La primera convención de este partido reunió a representantes de casi todos los estados, excepto de cuatro. Díaz detuvo a Madero a principios de junio de 1910 para impedir su participación en las elecciones del 26 de junio, pero logró escapar a principios de octubre, huyendo hacia San Antonio, Texas, donde redactó su llamado a los mexicanos para que se levantaran contra el régimen el 20 de noviembre de 1910, conocido como el Plan de San Luis.

La Revolución Mexicana, al igual que muchas otras que ocurrieron antes y después, inició con una etapa de reformas. Madero buscaba implementar cambios políticos que preservaran la estructura económica y social existente. Esto dejó sin respuesta los anhelos y deseos de numerosos otros revolucionarios, quienes consideraban que la eliminación del poder de Díaz sería el inicio de un sistema nuevo que beneficiaría a todos los mexicanos. Esa frustración llevó a estallidos de violencia. De hecho, durante su breve mandato (de octubre de 1911 a febrero de 1913), Madero y su ejército, dirigido por Victoriano Huerta, tuvieron que enfrentarse a al menos cinco levantamientos distintos. Emiliano Zapata fue el primero en levantarse contra Madero, proclamando su Plan de Ayala en noviembre de 1911. El movimiento ganó fuerza rápidamente y pronto varios estados del sur se unieron a la rebelión. Esa insurrección nunca fue realmente controlada hasta mucho más adelante.

IV. "Que ningún ciudadano ejerza el poder de manera autoritaria ni se perpetúe en él; esa será la última revolución", afirmó Porfirio Díaz en el Plan de la Noria en 1871, tras haber logrado la segunda independencia del país.

Sin embargo, en 1877, al consolidarse finalmente en el poder, Díaz -un individuo con poca educación y sin ideas sobresalientes- se mostró como un mero advenedizo frente al grupo de gobernantes más inteligente, experimentado y patriota que la nación había conocido: Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada, José María Iglesias, Matías Romero, entre otros.

Con un rencor desmedido hacia ellos, sin una perspectiva razonable sobre la vida y los desafíos del país, se lanzó a la acción, amparándose en el lema: “Nada de política, mucha gestión”. Esta estrategia resultó efectiva, ya que la nación anhelaba la paz y buscaba mejorar su situación económica.

En lugar de una distribución equitativa de la nueva riqueza generada por los sectores de comunicación, banca y economía en general, se observó una desigualdad aún más pronunciada. El intento de replicar el modelo anglosajón no tuvo éxito, ya que la base de la pirámide social mexicana era muy amplia pero baja, lo que dificultaba cualquier tipo de movilidad social entre las diferentes clases. Esto, a su vez, obstaculizaba el flujo de oportunidades y beneficios que, según los expertos, deberían "fertilizar" a toda la sociedad.

Díaz se adueñó del poder y logró mantenerse en él. Por esta razón, estalló otra revolución.

En oposición a ese régimen, apareció Francisco I. Madero, un individuo de piel clara, bajo de estatura, con barba, inquieto y carismático, tal como lo describían los medios de comunicación de aquel tiempo. Se atrevió a emprender la arriesgada lucha por demandar la libertad política a un “Don Porfirio”.

Un profundo amor por la verdad y una intensa pasión por la libertad lo llevaron a tomar en sus manos la herramienta de un libro, donde dejó resonar "la voz de la nación".

Al redactar, en 1908, La sucesión presidencial en 1910, Madero respondía al “indiferentismo criminal, producto de la época”; revisó las luchas por la libertad del pueblo mexicano; analizó el proceso que llevó a la República a caer bajo una dictadura; criticó “sin rencor personal”, aunque con firmeza, el régimen de Díaz; se sintió conmovido por las represiones en Río Blanco y Cananea; y, en su desesperanza, sugirió al pueblo que se organizara en partidos políticos y proclamó el Sufragio Efectivo y la No Reelección.

Aunque no deseaba "más confrontaciones", era consciente de que "cuando la libertad está en riesgo; cuando las instituciones están en peligro; cuando se nos quita el legado que nos dejaron nuestros antepasados, cuyo logro implicó un alto costo de sufrimiento y sacrificio, no es el momento de dejarse llevar por miedos despreciables ni de ceder ante el temor degradante; es necesario lanzarse a la lucha con determinación, sin preocuparnos por el número o la potencia del adversario".

Dirigido a la población, era un libro -tal como anhelaba Vasconcelos- concebido para ser leído en posición vertical. (Una irónica curiosidad dialéctica: un texto que provocó el despertar de una nación rural con un 84% de analfabetismo).

En él se manifestaron cualidades de valentía, obstinación y soñador, así como generosidad e idealismo. (Sin embargo, esa bondad, humildad y sinceridad más tarde nublaron su perspectiva política, que era clara y definida).

En lugar de ser simplemente un historiador que evalúa con la objetividad que le otorga la distancia, se definió como “el pensador que ha reconocido el abismo al que se dirige la nación y que, con preocupación, se acerca a sus compatriotas para advertirles sobre el riesgo…”. Adoptó el famoso dicho de Peule: “En los ataques contra los pueblos, existen dos responsables: …el que usurpa y aquellos que renuncian.”

La cuestión apremiante de la República era, por lo tanto, la pérdida del respeto cívico.

Al analizar el desarrollo histórico del país, llegó a la conclusión de que la raíz del absolutismo porfirista era “la plaga del militarismo”. No obstante, subrayó que se estaba refiriendo únicamente a aquellos ambiciosos “insubordinados sin escrúpulos, que han optado por la honorable profesión de las armas, no con la noble intención de proteger a su patria, sino con el objetivo de diezmarla y satisfacer sus deseos egoístas y su inextinguible ambición”. Citó como ejemplos a Santa Ana y anticipó a Victoriano Huerta.

Examinó las circunstancias y concluyó, a través de su razonamiento, que la población era capaz de ejercer la democracia, considerándola “la única forma para evitar que la República recurra a la violencia”, sin que su falta de educación constituyera un impedimento, al igual que no lo fue -anotó- en la Grecia antigua; en Francia en 1792; en Japón; e incluso en México en 1857 y en los movimientos recientes de Nuevo León, Yucatán y Coahuila.

Díaz nunca habría pensado que de una localidad predominantemente analfabeta nacería un libro, un auténtico producto cultural, capaz de criticarlo con un sólido rigor histórico y de encender la chispa que llevaría al país al caos en tan solo un año.

En 1910, Madero se presentó como aspirante a la presidencia, pero fue arrestado el mismo día de las elecciones. Esta experiencia alteró su perspectiva política, ya que comprendió de manera palpable que la única solución para enfrentar al dictador era a través de la fuerza.

En septiembre de ese año, las espléndidas celebraciones del centenario de la Independencia sofocaron temporalmente la voz del pueblo.

En octubre, desde Texas, anunció el Plan de San Luis, la orden de llamarada. (Curiosamente, en Rusia, ese mismo año, Stravinsky compuso “El pájaro de fuego”).

Estableció comunicación con Aquiles Serdán.

Tienen lugar las insurrecciones en Tlaxcala, Yucatán, Sinaloa y Puebla.

La provincia, constantemente marcando la dirección del país, con algo más que un simple instinto.

En 1911 ingresa al país y emergen Villa, Zapata, González, Castro, Orozco y Mora.

En abril, Díaz solicitó al Congreso que aprobara la prohibición de la reelección. Primera victoria lograda.

La transición entre la ideología y el martirio de Madero se ve empañada por el papel que desempeñan el traidor Huerta y el embajador estadounidense, Henry Lane Wilson. Este acontecimiento ha sido considerado como “uno de los episodios más oscuros de la historia de la democracia en América”.

A las 20:00 horas de aquella otra melancólica noche del 22 de febrero de 1913, Francisco I. Madero y José María Pino Suárez son asesinados.

El 14 de febrero de 1913, en el sexto día de la "Decena Trágica", y ante la posibilidad de una intervención de Estados Unidos, el embajador Henry Lane Wilson propuso al ministro de Relaciones Exteriores de México, Pedro Lascuráin, que convocara al Senado para debatir la renuncia del presidente Madero.

Su breve existencia y su obra, que tampoco abunda en páginas, representan un firme soporte del ideal educativo y cultural por la democracia en México, tanto en el siglo XX como en todos los tiempos.

Discurso completo pronunciado el 11 de febrero de 1983, durante el gobierno del Dr. Samuel Ocaña García (1979-1985), en el monumento dedicado a Francisco I. Madero, con ocasión del aniversario de su fallecimiento.

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