El estreno de ‘Joker: Folie à Deux’: una película que se devora a sí misma: tan audaz como fallida pero, sobre todo, soberanamente aburrida

20 horas atrás
Joker: Folie à Deux

'Joker: Folie à Deux', dirigida por Todd Phillips, es la secuela de la película 'Joker' estrenada en 2019.

En su película anterior, Joker, Todd Phillips logró darle una nueva perspectiva al más célebre villano de Batman. Por primera vez, el personaje asumía el control de su propia historia para narrar sus orígenes y su transformación en un monstruo en una ciudad corrupta y en decadencia.

En la obra, se trazaba un paralelismo entre una sociedad deteriorada y las dificultades psicológicas del protagonista, un joven que se desempeñaba como payaso itinerante y anhelaba ser un cómico reconocido, mientras se sentía completamente ajeno a un entorno en el que no lograba encontrar su lugar.

Todd Phillips logró transformar la narrativa tradicional sobre la psicopatía del personaje, creando así una fábula política que se relaciona estrechamente con la actualidad, reflejando el desencanto de Estados Unidos bajo la era de Donald Trump. Se puede ver como una reinterpretación de Taxi Driver desde una perspectiva 'millennial'.

Además, era una cinta con una ambigüedad ideológica muy marcada. No se lograba definir con claridad si representaba una defensa del fascismo, del anarquismo o del nihilismo, y en su núcleo se percibía un aire provocador, aunque algo inconsciente.

Joker se transformó en un verdadero fenómeno, recibió el León de Oro en el Festival de Venecia, se destacó como una de las películas más taquilleras de 2019 y Joaquin Phoenix obtuvo todos los galardones de ese año, incluido el Oscar, gracias a una interpretación cautivadora y conmovedora.

Y ahí debería haber terminado la historia. Sin embargo, el mismo régimen opresor que criticaba la película, en este caso el capitalismo de Hollywood, sentía la necesidad de capitalizar este éxito y crear una secuela. Desde el principio, todo lo relacionado con este proyecto era confuso: se trataba de un musical, con Lady Gaga interpretando a Harley Quinn, y llevaba el título peculiar de Joker: Folie à Deux, que se refiere a un trastorno psicótico que comparten dos personas.

Si todas las premisas son inconsistentes y absurdas, el resultado de la película también lo es. De hecho, parece que tanto el director como el actor principal han buscado con esta obra llevar a cabo un ejercicio de subversión mediante un cúmulo de ideas desconectadas que buscan desmantelar el relato desde su interior. Es como si se tratara de una obra antisistema que abraza el caos a través de un delirante vaivén narrativo.

Esa podría ser una interpretación, que los creadores intentaron realizar un ejercicio de libertad artística sin considerar las repercusiones, burlándose tanto de Hollywood como del público. Sin embargo, existe otra posibilidad: que su propuesta simplemente falló, ya que estamos ante una película muy complicada de asimilar, totalmente innecesaria, en la que ninguno de sus componentes, ya sea el judicial, el musical, el romántico o el reflexivo, logra encajar. Es tan ambiciosa en su forma como vacía en su contenido, resulta grotesca, incómoda y ‘poco atractiva’ (se presupone que todos estos aspectos son intencionados) y, sobre todo, extremadamente tediosa.

Todo lo que en "Joker" podía considerarse aciertos, como esa atmósfera onírica y alucinante donde se confundían la realidad y la imaginación perturbada del protagonista, aquí se lleva a extr extremos caricaturescos que parecen demasiado evidentes. Los números musicales se suponen que deben servir como un escape de la dura realidad que vive Arthur Fleck (Phoenix) en prisión, inspirándose en el clasicismo de la época dorada de Hollywood para ilustrar su enamoramiento por Lee (Gaga). Sin embargo, resultan ser reiterativos (al igual que la propia actuación de Phoenix, que llega a ser agotadora) y entre los protagonistas no hay una chispa de química, lo que pone de manifiesto las limitaciones de Lady Gaga como actriz.

Al final, Joker: Folie à Deux resulta casi dolorosa. Es un filme que se consume a sí mismo, casi como un ritual sacrificial tan grandioso como vacío.

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