Alejandro Martí; la agenda del fentanilo
Falleció Alejandro Martí. Todos recordamos a Alejandro, después del drama terrible del secuestro y muerte de su hijo, en aquella reunión nacional de seguridad en la que demandó a los funcionarios que, si no podían, renunciaran, un reclamo más que vigente. Pero Alejandro fue mucho, mucho más que eso, fue un gran empresario, un emprendedor, un innovador y, sobre todo, una gran persona, un hombre recto y generoso, amigo de sus amigos, un hombre preocupado y ocupado por nuestro país, fundador de México SOS; también un artista de calidad, un hombre que supo disfrutar de la vida. Nunca permitió que los rencores le contaminaran el alma, al contrario, su norma fue la generosidad. Un amigo que estará siempre en la memoria. Desde aquí un abrazo a todos los suyos.
La reunión que están manteniendo funcionarios de México, Estados Unidos y Canadá sobre el tráfico de fentanilo ilegal se realiza con secrecía. El gobierno de Joe Biden tiene inocultables diferencias con el de López Obrador, pero no quiere caer tampoco en la narrativa republicana que está condenando a México como argumento electoral. Desde Donald Trump hasta Ron DeSantis, desde Greg Abbott hasta numerosos legisladores de ese partido, la norma es culpar directamente a México de las muertes por sobredosis, de la crisis migratoria, del aumento de la violencia. E incluso, se avanza con leyes irracionales, como la promulgada por DeSantis en Florida, que paradójicamente ha dejado a los campos de ese estado sin manos migrantes para trabajarlos, o se cae en estrategias brutales como el de las boyas en el río Bravo, implementada por Texas.
La administración de Biden ha optado en la relación con México por ejercer algunos señalamientos puntuales, pero son más importantes lo gestos que las declaraciones. ¿Quién sabe, por ejemplo, qué está ocurriendo en la corte de Nueva York donde está pendiente la condena a Genaro García Luna?, pero lo cierto es que ayer su defensa logró que se aplazara esa decisión hasta marzo del año próximo, aceptando que sus abogados pudieron presentar pruebas y testimonios que sí deben ser analizados por el juez. Hay quienes dicen que García Luna está de alguna forma negociando temas con funcionarios estadunidenses, que no necesariamente tendrían que ser del pasado, hay quienes aseguran que finalmente se han aceptado testimonios de funcionarios que trabajaron en su momento con el secretario de Seguridad que no pudieron ser presentados en el juicio. Es evidente que se quiere acercarla lo más posible a los comicios del 2024 y que, como todo en este caso, la justicia se entremezcla con las negociaciones políticas a muchas y muy diferentes bandas.
Hace algunas semanas recordábamos la visita de Joe Biden a México. Cuando arribó al Felipe Ángeles, desconociendo la norma del Servicio Secreto (por un pedido del presidente López Obrador, que quería que aterrizara allí y no en el aeropuerto internacional), se dio un hecho inédito: el presidente Biden invitó a hacer el viaje hacia la Ciudad de México al presidente López Obrador en su vehículo oficial, apodado La Bestia, que lo acompaña en cualquiera de sus recorridos. Ese vehículo está equipado con todo tipo de mecanismos de seguridad y cuenta con opciones de enlaces e impermeabilidad de comunicaciones que pueden ser similares incluso al del Air Force One. Es una fortaleza terrestre. Si alguien quiere comunicar algo que quede en el más estricto secreto, ése es el lugar ideal.
Por norma de seguridad, son muy pocos los que pueden viajar en La Bestia: además del presidente, el jefe del Estado Mayor y el secretario de Defensa, sólo un grupo muy pequeño y seleccionado. Si aquí llamó la atención que el presidente López Obrador haya sido invitado a subir a ese vehículo, en Estados Unidos mucho más. Y se ha especulado sobre qué tenía que decirle Biden a López Obrador, en el lugar menos espiable del mundo, tan en privado, que lo invitó a acompañarlo en ese vehículo, en un gesto que se apartó de las normas de seguridad. Tiene que haber sido, dicen, algo muy delicado.
En el imaginario colectivo pueden haber sido muchas cosas. Pero algo es evidente: la Casa Blanca no puede darse el lujo de no avanzar con contundencia en el tráfico de fentanilo hacia la Unión Americana. Y ese tráfico tiene una ruta muy clara: de China a México y de aquí a los Estados Unidos. Es verdad que hay otras rutas, entre ellas Canadá, pero el eje pasa por los grupos criminales de nuestro país, que recibe los insumos, los procesan y los trafican hacia la Unión Americana. Con un componente esencial: China no admite su participación ni tampoco parece estar combatiendo ese tráfico de precursores y componentes.
Hay temas insoslayables en esa agenda. Por ejemplo, lo que sucede en Tijuana, por donde pasa buena parte del tráfico de fentanilo hacia la costa oeste y centro de la Unión Americana, en un territorio en disputa por el control de la ciudad fronteriza, entre el Cártel de Sinaloa y el CJNG. O lo que está sucediendo en Tamaulipas, donde existe un aumento geométrico de muertes. O en Michoacán, donde el realineamiento del crimen organizado ha generado, como lo vimos ayer, nuevos niveles de violencia.
Pero la secrecía de los encuentros bi y trilaterales, así como el tiempo dedicado a los mismos, demuestra que la agenda del fentanilo es decisiva para el futuro de la relación de América del Norte.