«Tía, voy fatal»: una noche de San Juan entre el humo y la borrachera

«No, no, tía, voy fatal». Y vaya si va. No tendrá más de 16 años. Vomita nada más salir de la arena. Son las 1.12 y la noche de San Juan se ha convertido en un enorme botellón en el que más de 100.000 personas (hace varias horas que todo el mundo tiene claro que la previsión inicial se ha quedado corta) disfrutan de las hogueras, del mar y de la bebida. Viendo a la chica que acaba de vomitar junto a una papelera, en algunos casos demasiado de lo último.

«Ahora se empieza a poner la cosa chunga», dice uno de los miembros de Cruz Roja a sus compañeros. Llevan más de una decena de atenciones, pero nada demasiado serio. Los sanitarios observan a la chica, cuyas amigas intentan levantarla. Una de ellas se va hacia dos policías locales pero las otras se lo impiden. «¿Pero dónde vas?», le gritan, como si la mera idea de pedir ayuda estuviera prohibida. Tanto como beber siendo menores de edad, en realidad.

Sorprende, cuando quedan poco menos de tres horas para que las playas se vacíen y un ejército de operarios de limpieza tenga que adentrarse en el humo para rastrillar la arena, que en San Juan todo salga tan bien. No sale bien del todo, por supuesto: el punto violeta lleva toda la noche informando a las chicas que se acercan a preguntar, la leña se ha quedado muy corta y el alcohol corre a raudales, lo cual no tiene por qué estar mal si no fuera porque quienes beben son gente joven. Muy joven. Pero. en general, todo funciona medianamente bien.

Y eso que la noche ha tenido momentos casi de película de Shyamalan o Spielberg, con los policías mirando al cielo surcado por luces voladoras (los farolillos asiáticos que se han puesto de moda pero que a los bomberos no les hacen ni pizca de gracia) o con la gente sacando los móviles para inmortalizar unas luces que cruzaron el cielo en dirección este para perderse sobre el mar. «Parecen una bandada de pájaros», dicen en el puesto de mando. En realidad, era el satélite Starlink, que se dejó ver en toda la Comunitat.

Eso lo vieron quienes pudieron levantar la vista hacia el cielo. No porque fueran borrachos, que seguro que también, sino porque si usted no fue uno de los más de 100.000 valencianos que se acudió a la playa, ha de saber que el humo de las hogueras, que ocuparon toda la playa, provocaba un picor constante de ojos. De hecho, una de las amigas de la chica que vomitaba antes (¿se acuerdan?), le lava ahora la cara. «Los ojos, tía, los ojos», le pide su compañera.

Al final, San Juan es un botellón. Un botellón como los de Fallas, permitido. De hecho, se diría más: un botellón auspiciado por el Consistorio. Al filo de las dos de la madrugada, no había pasado nada reseñable. Todo el mundo cruzaba los dedos. A las 1.30 horas, ya no hay tanta afluencia de personas. La avenida Tarongers se está liberando del monumental atasco que ha sufrido cuando miles de personas han intentado llegar a la playa en coche, por extraño que pueda parecer.

Hacia allí se encamina la chica y su grupo de amigas. Son cinco. Una de ellas va delante del grupo, con el teléfono pegado a los dedos como si fuera un apéndice más. «¿Llamamos a tu padre?», le pregunta una. «No, tía, qué dices, ni de loca, ¿has visto cómo va esta?», le responde. «Esta», que acaba de vomitar junto al paseo marítimo, se yergue toda digna. «Voy bien, eh, a ver qué vas tú diciendo por ahí», y añade un insulto que se entiende perfectamente pero que no vamos a reproducir. Luego, como si en San Juan hubiera una magia especial en el aire que le impide mentir, se tropieza y sus amigas tienen que cogerla. La sandalia ha quedado un par de pasos atrás. Un agente de la Policía Local se la da a otra chica, de melena rizada. «Gracias, perdón, es que va fatal», dice. La noche de San Juan, como el verano que este grupo de chicas celebraba con una hoguera, es cíclica. El año que viene, más.