¿Quitan ‘doble pensión’ a adultos mayores? Publicaciones desinforman sobre una resolución de la SCJN

3 hora atrás
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Las explosiones de Hiroshima y Nagasaki acabaron con la existencia de miles de individuos en un abrir y cerrar de ojos. Para quienes lograron sobrevivir, ese momento fue apenas el inicio de años llenos de profundas heridas, enfermedades, angustia, culpa y marginación.

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La entidad Nihon Hidankyo, que reúne a los hibakusha, es decir, a los sobrevivientes de las bombas atómicas que Estados Unidos arrojó sobre las localidades japonesas en 1945, recibió el Premio Nobel de la Paz en este año.

La organización aboga por los 174.080 sobrevivientes de los bombardeos atómicos que viven en Japón, Corea y diversas regiones del planeta.

No hay cifras precisas sobre cuántas personas perdieron la vida debido a los bombardeos del 6 y 9 de agosto de 1945.

Las estimaciones más cautas sugieren que cinco meses tras los ataques, alrededor de 110,000 personas habían perdido la vida en ambas ciudades.

Otros estudios indican que el número total de víctimas al finalizar ese año podría haber superado las 210.000.

El mundo ha aprendido sobre las atrocidades a través de las experiencias de los sobrevivientes, a quienes se les denomina hibakusha, un término japonés que se traduce como "persona impactada por la bomba atómica".

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Sus relatos no solo reflejan lo que presenciaron, sino también los traumas que aún cargan en su interior.

“Existen numerosos hibakusha que desempeñan el papel de narradores sociales, pero no logran relatar su propia experiencia a sus hijos”, comenta a BBC Mundo Yuka Kamite, docente de Psicología en la Universidad de Hiroshima, quien ha investigado la salud mental de los hibakusha.

Se estima que actualmente hay alrededor de 140,000 hibakusha, que tienen aproximadamente 80 años.

¿Cuál ha sido la experiencia de los hibakusha y por qué el hecho de sobrevivir a la bomba atómica fue solo una parte de la difícil lucha que han enfrentado para poder llevar una vida con dignidad?

Los hibakusha que estuvieron expuestos a la explosión de la bomba padecieron quemaduras y lesiones que dejaron huellas en sus cuerpos y rostros.

Las personas que recibieron dosis más altas de radiación, aunque inicialmente parecían estar en buen estado, posteriormente presentaron síntomas como caída del cabello, hemorragias y episodios de diarrea.

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Posteriormente, se informó un incremento en enfermedades como el cáncer y la leucemia.

“Aún me invade el temor de que puedan aparecer los efectos de la radiación y que en cualquier momento pierda la vida”, comenta a BBC Mundo Yasuaki Yamashita, un sobreviviente de Nagasaki que contaba con 6 años el día de la explosión y que actualmente, a sus 81 años, reside en México.

Ese temor los condujo a una existencia repleta de estrés, desorientación, dudas e inquietud. Incluso sentían miedo de que los efectos de la radiación pudieran afectar a sus hijos.

"Los impactos de la radiación no se pueden ver, lo que generó en ellos una sensación de inestabilidad y desasosiego, sin tener claridad sobre qué les depararía el futuro", comenta Hibiki Yamaguchi, investigador en el Centro para la Eliminación de Armas Nucleares de la Universidad de Nagasaki, a BBC Mundo.

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El temor quedó grabado de manera permanente en el bienestar mental y emocional de numerosos hibakusha.

Luli van der Does, docente en el Centro para la Paz de la Universidad de Hiroshima y experta en los efectos de la bomba atómica en los supervivientes, señala varios ejemplos de cómo el temor ha quedado arraigado en sus recuerdos.

"Hay quienes no pueden consumir pescado seco porque les evoca el aroma de los cuerpos en llamas", comenta van der Does a BBC Mundo.

Algunas personas tuvieron que abandonar Hiroshima y jamás regresaron a su ciudad, mientras que otros comentan que no pueden consumir pepinos, ya que, debido a la escasez de medicamentos tras la explosión, era lo único que podían utilizar para tratar sus lesiones.

“En situaciones más graves, se afirma que no son capaces de atravesar puentes ni de mirar ríos, ya que empiezan a evocar los cuerpos que observaban flotando luego de la explosión.”

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El temor impactó su bienestar emocional y, además, los sumergió en una realidad que complicó aún más su esfuerzo por llevar una existencia tolerable tras la explosión.

Las lesiones físicas, el miedo a que los efectos de la radiación pudieran ser transmisibles y los trastornos psicológicos de los hibakusha hicieron que muchos empezaran a sufrir discriminación debido a su situación.

"La gente temía que los sobrevivientes estuvieran enfermos y que su enfermedad fuera contagiosa", rememora Yamashita.

Comentaban: "Es necesario distanciarlos, no se debe contraer matrimonio con ellos, tampoco se debe establecer una amistad con ellos".

El miedo a la discriminación hizo que muchas personas ocultaran su condición de hibakusha o se negaran a mencionarlo.

"La profesora Kamite menciona que las personas con queloides [una proliferación anormal del tejido cicatricial] solían llevar mangas largas para ocultar sus marcas, incluso durante los calurosos días de verano."

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Asimismo, les resultaba complicado obtener y mantener sus empleos. Así lo rememora Yasuaki Yamashita:

Al finalizar la preparatoria, empecé a laborar y casi simultáneamente comencé a experimentar las consecuencias de la radiación.

Comencé a perder sangre; tenía sangrado, vomitaba sangre, así que me fue imposible trabajar.

Si lograba conseguir un empleo, surgía esa enfermedad y me veía obligado a renunciar; así estuve durante aproximadamente dos años.

Muchas personas me comentaban que era un perezoso, que no tenía ganas de trabajar, pero no era así; simplemente no podía hacerlo. Deseaba trabajar, pero no era posible para mí.

Para las mujeres, la situación solía ser aún más complicada.

En aquel entonces, contraer matrimonio tenía gran relevancia para las mujeres japonesas.

“Era casi lo único que una mujer anhelaba”, rememora Setsuko Thurlow, sobreviviente de Hiroshima, quien en julio compartió sus vivencias durante un evento virtual para conmemorar el 75 aniversario de las bombas.

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"Esas marcas queloides llevaban a esas mujeres a perder la fe y la esperanza en la vida", comentó Thurlow, quien en 2017 recibió en representación de los sobrevivientes el Premio Nobel de Paz otorgado a la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN, por sus siglas en inglés).

Keiko Ogura, otra persona que sobrevivió a Hiroshima, relata que experimentó esa discriminación en su propia piel. Así lo compartió en una entrevista con BBC Mundo:

Tenía 8 años y era solo una niña en la escuela primaria, pero éramos conscientes de que no debíamos mencionar que habíamos estado en la ciudad ese día. Si decíamos algo sobre la radiación, no podríamos casarnos en el futuro.

No nos referíamos a nosotros mismos como sobrevivientes. Contábamos con un certificado que acreditaba nuestra condición de supervivientes, el cual, al presentarlo en el hospital, nos permitía acceder a atención médica cuyos costos eran cubiertos en parte por el gobierno. No obstante, la gente nos aconsejaba: ‘no muestres eso’.

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Al principio no le daba mucha importancia; creíamos que todos teníamos un destino común. Sin embargo, cuando llegué a la edad de casarme, entre los 18 y 20 años, los jóvenes de otras ciudades me interrogaban: “Keiko, ¿dónde te encontrabas cuando ocurrió la explosión? A mí no me importa, pero a mis padres les inquieta”.

Soy consciente de que muchas otras personas también vivieron esa situación.

La profesora Van der Does relata que, al acercarse el momento de un matrimonio, algunas personas optaban por contratar investigadores para averiguar si su futura pareja estuvo en Hiroshima en el instante de la explosión de la bomba.

Otros, en cambio, experimentaron esa discriminación de forma más sutil o indirecta, dejándolos en una situación vulnerable frente a la sociedad. Se refiere a ello como una "discriminación silenciosa", según la profesora Van der Does.

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“No tienes claro qué tipo de discriminación experimentas, pero la percibes en tus relaciones sociales o al notar que, a lo largo de tu vida, has sido objeto de un trato desigual”, señala.

Yoshiro Yamawaki, un sobreviviente de Nagasaki, es un ejemplo de discriminación que ocurre en silencio.

"La explosión acabó con la vida de mi padre. Mi madre tenía que cuidar de siete hijos y no podía hacerse cargo de todos. Por esta razón, tuve que ponerme a trabajar y no pude asistir a la universidad. Siento que esto fue una forma de discriminación", comenta Yamawaki en una charla con BBC Mundo.

Según lo expone Van der Does, resulta complicado determinar el impacto psicológico y emocional que padecieron los hibakusha, ya que muchos de ellos fallecieron sin haber podido compartir su experiencia.

"La investigadora menciona que existen numerosas personas que no han reconocido ser hibakusha debido al temor a la discriminación."

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En una encuesta reciente llevada a cabo por Van der Does entre 1.652 sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki, se descubrió que el 31% de ellos ha experimentado diversas formas de discriminación durante su vida.

A veces, esa discriminación ocurrió entre los propios hibakusha.

"Los hibakusha entendían mejor que nadie lo que les estaba sucediendo, por lo que en muchas ocasiones se marginaban entre sí", afirma Hibiki Yamaguchi, de la Universidad de Nagasaki.

De acuerdo con Van der Does, esa discriminación era el resultado del temor y la desesperación por continuar viviendo. “Estaban batallando por sobrevivir, debían competir entre ellos para obtener algún tipo de asistencia”, afirma la profesora.

Además del miedo y la discriminación que enfrentaban los hibakusha, a menudo se añadía un profundo sentimiento de culpa por haber sobrevivido o por no haber podido ayudar a aquellos que clamaban por socorro.

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La psicóloga Kamite señala que esa sensación de culpa entre los sobrevivientes les generó un sufrimiento prolongado.

Así evoca la sobreviviente Keiko Ogura:

Yo, como el 90% de los que sobrevivieron, experimenté un profundo sentimiento de culpa al haber presenciado la muerte de seres queridos y amigos. Tras la explosión, observamos a personas atrapadas bajo los escombros pidiendo auxilio, pero no podíamos hacer nada por ellos. Las madres intentaban rescatarlos, pero la situación era extremadamente complicada.

A continuación, el fuego se propagó con tal rapidez que no tuvieron otra alternativa que abandonar el sitio.

Eso los llevó a cuestionarse: ¿por qué no fui capaz de cumplir con la responsabilidad de asistir a mis hijos hasta el último instante?

Después de la explosión, se acercaron a mí dos personas gravemente heridas que sólo repetían “agua, agua”. Les ofrecí de beber, pero luego fallecieron frente a mí. En ese instante no lo comprendía, era solo una niña de 8 años, pero empecé a echarme la culpa, sintiendo que era responsable de su muerte. Pensaba que si no les hubiera dado agua, ellos seguirían vivos. Esto me atormentó durante más de una década.

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De acuerdo con los especialistas, la dificultad que enfrentan muchos sobrevivientes al compartir su experiencia ha impactado sus vidas.

“El manto de silencio que rodea estos asuntos ha servido para encubrir las infracciones provocadas por las consecuencias de las bombas nucleares”, afirma Kamite.

No obstante, algunos hibakusha han desafiado ese silencio y comparten sus relatos con los medios de comunicación o como parte de iniciativas en contra de la expansión de armas nucleares.

“Hay quienes se sienten impulsados por la ira, otros por un propósito social, y también hay quienes pueden ser impulsados por su respuesta al trauma”, comenta Kamite.

No obstante, la docente señala que solo un pequeño número de personas se involucra en estas actividades sociales, y es muy posible que muchos hibakusha hayan formado una “mayoría silenciosa”.

Van der Does, a su vez, señala que, con el paso del tiempo, los hibakusha consiguieron formar un sentido de comunidad que les facilitó obtener reconocimiento en la sociedad.

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"Se transformaron en pioneros en la defensa del desarme nuclear," comenta la docente. "Evolucionaron de ser víctimas a forjadores de un nuevo orden mundial."

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