RUSIA El futuro de los tártaros en Rusia

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A medida que crecen las presiones desde Moscú en favor de la única "lengua oficial y patriótica", el ruso, los intelectuales tártarios discuten sobre el futuro étnico de su propia comunidad y de otros "pueblos minoritarios" en la Federación.

Moscú (AsiaNews) - En el análisis sobre el futuro de los pueblos minoritarios en Rusia, un reconocido académico tártaro-ruso, Robert Nigmatullin, quien forma parte del consejo nacional del Congreso Mundial de Tártaros, expresó en el portal Intertat un mensaje optimista al decir: «Aunque la lengua se extinga, los tártaros no desaparecerán». Sus alentadoras previsiones fueron respondidas en Idel.Realii por otro especialista en relaciones federales, Kharun Sidorov, quien reconoce la relevancia de las perspectivas étnicas de los tártaros y otros grupos, pero con una visión considerablemente más pesimista.

La argumentación del físico y oceanólogo Nigmatullin, durante su conversación con los periodistas, establece un paralelismo entre la lucha por la supervivencia de los tártaros "rusoparlantes" y la situación de grupos como los peruanos en América Latina, quienes se han visto forzados a adoptar el idioma español, aunque sin renunciar completamente a su identidad. No obstante, Sidorov aclara que "los peruanos constituyen una categoría política más que étnica, al igual que los rusos en comparación con los tártaros. Los auténticos indígenas o 'indios', término que se considera ofensivo en Perú, buscan comunicarse en su lengua ancestral, mientras que el español categoriza a los 'mestizos' y 'criollos', grupos híbridos que carecen de una memoria histórica".

La perspectiva de Nigmatullin parece orientarse más hacia la mezcla cultural que hacia la preservación de las tradiciones autóctonas. Solo subsistirán «los nombres y apellidos, el recuerdo de raíces parciales tártaras», citando las palabras de Alina Kabaeva, la pareja «no oficial» de Vladimir Putin, quien durante las festividades del milenio de Kazán se enorgulleció de su herencia «semi-tártara», a pesar de no hablar una palabra de la lengua tártara. Algo similar podría suceder con los hijos del presidente, cuya existencia ha sido revelada recientemente.

Sidorov también menciona el ejemplo de Israel, donde la agencia de repatriación Sokhnut se encarga de agrupar a quienes tienen antepasados judíos de segunda o tercera generación o a familiares directos, incluidos los cónyuges, con el fin de que puedan establecerse en su país de origen. En este contexto, el propósito es «incorporar a estas personas de nuevo en la comunidad judía, restableciendo su conexión con el idioma y la cultura, para facilitar su obtención de ciudadanía y el asentamiento permanente o, al menos, asegurar una presencia regular en la nación».

De este modo, el centro de la socialidad étnica implica una «identidad integral» fundamental, que facilita la reintegración de aquellos que la han extraviado o que, en realidad, nunca la han poseído. Aunque esta puede ser la perspectiva esperanzadora del análisis de Nigmatullin, tanto Sidorov como otros analistas sostienen que «la situación etnopolítica y etnocultural de la Rusia contemporánea no permite llegar a una conclusión tan optimista. Al menos, los judíos cuentan con su propio Estado soberano, mientras que las aspiraciones de Tatarstán y Bashkortostán, las dos repúblicas tártaras de Rusia, están constantemente obstaculizadas por las limitaciones impuestas desde Moscú».

Sidorov indica que incluso las regiones con autonomía en diversos países, como Cataluña, Quebec o Tirol del Sur, valoran las lenguas locales al mismo nivel que la lengua nacional. En cambio, en Rusia se está ejerciendo una creciente presión a favor de considerar el ruso como la única «lengua oficial y patriota», a pesar de que tanto la constitución federal como la regional reconocen el tártaro como lengua nacional, equiparándola al ruso. De este modo, el lema de que «el pueblo no muere con la lengua» se presenta como un intento de preservar el espíritu étnico dentro de un contexto de dominación colonial, destinando a los tártaros de Rusia a un futuro de «mestizaje criollo-ruso».

Nigmatullin sostiene que «sin los tártaros, los judíos, los caucásicos y otros grupos, no se puede comprender la Rusia misma», entendida como una «civilización inclusiva» y no monoétnica, a diferencia de lo que podría percibirse en China, a pesar de su diversidad nacional. Por su parte, Sidorov enfatiza que es más apropiado comparar a Rusia «con Perú que con China», viendo esto como un regreso a las políticas coloniales del pasado, cuando parecía que tras el colapso de la URSS, todos los pueblos habían recobrado su identidad, ya sea dentro o fuera de la Federación Rusa.

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